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16 Jun
16Jun

Disclaimer: Esta entrada refleja mi experiencia personal y no pretende explicar el sintoísmo ni los rituales de forma académica. Es un intento honesto por comprender lo que estoy viviendo como extranjero en una región rural de Japón.

Los suspiros de los santuarios

Desde que llegué a Ichinohe, he ido descubriendo lentamente una dimensión espiritual que no esperaba encontrar. En japón en donde sea que vayas, caminando por la ciudad, en bicicleta, o incluso de camino a hacer compras, es normal encontrar pequeños santuarios escondidos entre árboles, detrás de colinas o al borde de caminos. Algunos parecen abandonados, con puertas cerradas o cubiertos de musgo, pero todos emanan vitalidad y espiritualidad. Hay algo en estos lugares que me hace detenerme, respirar más despacio y bajar la voz y el tempo interno.

Como extranjero, aunque he aprendido las reglas basicas de cómo entrar etc (que por cierto no son nada exigentes, solamente no caminar al lado central y ser lo más respetuoso posible), aún estoy aprendiendo lo que significan estos santuarios en la vida japonesa, especialmente en contextos rurales. Por ejemplo, he visto cómo algunos de estos lugares son nacimientos de agua casi mágicos donde se puede ir a beber agua y agradecer.


Kagura: La danza de los Dioses

Por otro lado, he comprendido que no son solo construcciones religiosas, sino espacios donde las personas del común se reúnen en un encuentro silencioso con los  Kami (Espíritus, dioses), con los ancestros y con la historia misma del lugar (y de vez en cuando incluso con animales que usan estos lugares de refugios momentáneos). La mayoría no tiene luces, ni carteles, ni letreros, ni multidudes. Pero están vivos y se mantienen vivos por que hay gente que los cuidan.

En la búsqueda de comprender y también de encontrar eventos culturales, recientemente asistí a un evento de Kagura en Ichinohe. Kagura es una danza sagrada tradicional del sintoísmo, ofrecida a los kami como acto de agradecimiento, celebración o purificación. Es una manifestación viva de una espiritualidad profundamente conectada con la tierra, las estaciones y la comunidad. 

Normalmente en donde vivo son realizadas en Honokidateke, pero esta vez fue en el cinema local Mandaikan. Allí, los tambores resonaban con fuerza mientras un grupo de personas, algunas con máscaras, otras con trajes ceremoniales, danzaban con movimientos rítmicos y simbólicos. La escena, aunque adaptada al contexto moderno, conservaba una energía profundamente antigua. 


El grito de fé en Latino América

Para alguien como yo, que viene de una cultura distinta, esto ha sido una revelación: aquí, la tradición no es nostalgia, es resistencia. Y la religión no es un instrumento de poder, sino una conexión íntima con las raíces, con los kami, con el entorno. En Japón, la espiritualidad no parece imponer creencias. No hay una doctrina que te persiga, ni un deber constante que te vigile. Hay caminos, gestos, símbolos… pero no juicios.Es una espiritualidad suave, más conectada con los ciclos naturales y la convivencia silenciosa. La religión aquí no grita: susurra.

Y justo esta semana vi un video de una manifestación en mi país natal. Fue durante la “Marcha del Silencio” en Bogotá, organizada por grupos ultraconservadores católicos. Un grupo de amigos entrevistó a los asistentes, y el resultado fue tan perturbador como familiar: discursos de odio, exclusión, y violencia simbólica, todo en nombre de la fe.

-> https://www.instagram.com/reel/DLBfi_oNWbP/?utm_source=ig_web_copy_link&igsh=MzRlODBiNWFlZA==

Ese contraste me dolió. Me hizo pensar en cómo en muchos lugares de América Latina la religión ha sido usada como una herramienta para controlar, dividir, e incluso justificar la violencia. Es imposible no pensar en cómo tantas veces la espiritualidad ha sido secuestrada por los intereses del poder.

Comparado con eso, Japón se siente diferente. Aquí la religión se parece más a un camino abierto que a un conjunto de reglas. Yo no me considero una persona muy religiosa, pero en Japón he sentido algo que nunca había sentido antes: tranquilidad. Libertad. Respirar.Visitar un santuario no me ha hecho sentir fuera de lugar. No se espera que sepas cómo rezar, qué decir o qué pensar. Se espera solo que estés.Y eso, para mí, ha sido profundamente significativo.

Hace poco leí un hilo en el que  de ia en el que se le preguntaba a la inteligencia artificial cómo describiría a los humanos desde un punto de vista antropolófico si fuera una raza alienígena. Una de las observaciones más duras fue cómo, a lo largo de los siglos, la humanidad se ha esforzado más en diferenciarse. De como nos dividimos por cultura, religión, etnias, en vez de encontrarnos o unificarnos. Muchas veces estas mismas que proclaman ser unificadoras terminan siendo divisorias, sectarias y profundamente dañinas.   


Re-aprender desde la Fotografía

Documentar estos espacios y rituales como parte de mi proyecto fotográfico me ha hecho comprender algo que va más allá de lo visual. La espiritualidad en Ichinohe no necesita grandes templos ni rituales públicos para existir. Se manifiesta en lo cotidiano: en cruzar estos caminos físicos espirituales, disfrutar en silencio el camino que dirige hacia estos p caminar un sendero silencioso, tocar una campana, dejar una moneda, cerrar los ojos y decir lo que uno tenga en el corazón, sea lo que sea. 

Todavía me queda mucho por aprender. Pero cada santuario visitado, cada campanita que he escuchado, cada tambor resonando en la noche me acerca un poco más al corazón invisible de esta tierra.

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