uando la gente piensa en festivales, es posible que le vengan a la mente imágenes del Carnaval de Río de Janeiro en Brasil o la Fiesta de Blancos y Negros en Colombia: celebraciones masivas, disfraces vibrantes, desfiles llenos de música y danza, y multitudes provenientes de todo el mundo.
Más allá del espectáculo, estos eventos son tradiciones vivas, que preservan la memoria cultural, fortalecen los lazos comunitarios y celebran una identidad compartida. No son solo entretenimiento: están profundamente enraizados en la historia, el ritual y la cohesión social.
Japón puede parecer muy distante de estas celebraciones latinoamericanas, pero el espíritu de los festivales también está muy vivo aquí, expresado en ritmos únicos, estéticas propias y prácticas comunitarias.
En el norte de Japón, la temporada de otoño trae consigo una serie de festivales conocidos localmente como aki matsuri (秋まつり), que celebran la cosecha, la naturaleza y el patrimonio local. Para no confundirlos con los de otras regiones de Japón, a partir de ahora los llamaremos Festivales de Otoño Nanbu de las prefecturas de Iwate y Aomori.
Estos festivales son particularmente distintivos, aunque muchas veces pasados por alto por los viajeros. En este artículo te guiaré para que los entiendas, los experimentes y los disfrutes de la mejor manera, ¡así que lee hasta el final!
Para comprender estos festivales, es útil conocer la historia del clan Nanbu (南部氏), que gobernó el norte de Iwate y el sur de Aomori desde finales del siglo XII. Los Nanbu fueron señores samurái que controlaron la política, la economía y la cultura de la región durante siglos. Su influencia se extendió a las tradiciones locales, incluidos los festivales que todavía se celebran hoy.
El área de Nanbu incluía históricamente pueblos como Ichinohe, Ninohe, Sannohe, Shichinohe, Rokunohe, Kunohe, Gonohe, Kuji, Karumai, Kuzumaki, el Pueblo de Iwate, Morioka, Hachinohe, Towada, Misawa y Oirase. Incluso hoy, cada pueblo conserva tradiciones festivas con características únicas, pero la historia compartida del clan Nanbu los conecta cultural e históricamente.
Estos festivales son una ventana a un tiempo en el que el gobierno local, los ciclos agrícolas y las prácticas espirituales estaban profundamente entrelazados. Los festivales de otoño en esta región están estrechamente vinculados a la cosecha y al equilibrio entre los humanos y la naturaleza, conocido como sato-yama. Las comunidades cultivaban arroz, verduras y productos de temporada mientras respetaban las montañas, ríos y bosques circundantes.
El matsuri se convirtió en una manera de celebrar los logros agrícolas, agradecer a los dioses por una cosecha abundante y reunir a la gente a través de la música, la danza y el ritual. Hoy en día, estos festivales siguen siendo una experiencia viva de tradiciones transmitidas de generación en generación.
También son un momento en el que las personas se reúnen con amigos y familiares, comparten comidas y bebidas, y reciben a parientes que viven lejos, haciéndolo sentir como una gran celebración comunitaria de temporada. Los visitantes pueden presenciar el ambiente animado, pero también el cuidado y la dedicación de todos los que participan.
Para alguien que nunca ha asistido a un festival japonés, la gran cantidad de matsuri y sus diferentes características puede resultar abrumadora. Incluso los propios japoneses a veces no conocen del todo los festivales de los pueblos vecinos, especialmente si están en otra prefectura. Esta guía te ayudará a entender qué esperar:
Estos festivales giran en torno a las carrozas, así que tenlas en cuenta. Son elaboradas estructuras de madera decoradas con faroles, flores de papel y, a veces, marionetas mecánicas.
A menudo representan dioses, samuráis, espíritus, demonios o héroes legendarios, y cumplen tanto funciones religiosas como educativas. Algunas son enormes, alcanzando varios metros de altura, mientras que otras son más pequeñas, reflejando los recursos y la escala del pueblo.Ejemplos del folclore y la mitología japonesa incluyen:
Si estas historias no te resultan familiares, puedes pensarlas como La Llorona o Caperucita Roja: tradiciones orales contadas a los niños para transmitir valores, ética y cultura local. Los temas suelen cambiar cada año, elegidos colectivamente por artesanos, músicos y ancianos.
Observar las carrozas de cerca revela la habilidad, creatividad y dedicación invertida en cada detalle: cada flor, farol y marioneta cuenta una historia.
Ninguna carroza está completa sin música y danza que la acompañen. Los tambores taiko marcan un pulso rítmico y poderoso, mientras que las flautas y cánticos (ondoage) añaden capas melódicas. Estas canciones se transmiten de generación en generación, y en ocasiones se adaptan cada año para reflejar la temática de la carroza.
Los niños empiezan a aprender los ritmos desde pequeños, muchas veces junto a los adultos que los guían. Este sistema de aprendizaje asegura la continuidad de la tradición musical.
Las danzas, cuidadosamente coreografiadas, suelen tener pasos con significados simbólicos relacionados con el folclore local o los rituales de cosecha.
Cada pueblo, e incluso cada grupo dentro de un mismo pueblo, tiene su propio estilo.
Visitar varios festivales de la región Nanbu permite notar diferencias sutiles en los ritmos, la técnica de la flauta y la coreografía de las danzas, mostrando así la diversidad cultural del área.
Un festival no es solo visual y auditivo: también es un festín para los sentidos. La comida es central en la experiencia del matsuri. Más allá de los clásicos como yakisoba, calamar asado o algodón de azúcar, la región Nanbu ofrece especialidades locales:
El ambiente equilibra lo sagrado y lo festivo. Mientras las carrozas honran a dioses o espíritus, la risa, los juegos y las comidas compartidas crean un entorno acogedor y alegre. Familias, niños y ancianos participan, y los visitantes suelen ser recibidos cálidamente, haciendo que el festival se sienta como una comunidad viva y palpitante.
Uno de los aspectos más fascinantes de los matsuri de Nanbu es la profunda participación de la comunidad. Los niños aprenden a tocar tambores o flautas, los adultos supervisan las danzas, y los ancianos guían la narración y la construcción de carrozas. Los visitantes e incluso los extranjeros a menudo son invitados a ayudar: decorando carrozas, arreglando flores o practicando los ritmos musicales.
Los preparativos pueden durar meses. Los artesanos diseñan y construyen carrozas, los músicos ensayan, los bailarines perfeccionan sus pasos y todos coordinan tiempos, rutas y rituales. Observar este proceso brinda una visión del esfuerzo, la habilidad y el espíritu comunitario que hacen tan especiales a los matsuri de Nanbu.
Una de las características más llamativas es la vestimenta. Los participantes suelen usar Hanten (半纏), yukata (浴衣) o uniformes festivos especialmente diseñados, que muestran el nombre de su grupo o distrito. No son solo estéticos: representan orgullo comunitario e identidad grupal.
En algunos pueblos, mujeres jóvenes y niños visten yukata de bellos estampados, mientras que quienes tiran de las carrozas o tocan tambores usan resistentes happi. La vestimenta aporta color y ritmo al desfile, ayudando a distinguir a cada grupo y su rol.
Para los visitantes, a veces es posible comprar estas prendas, lo que permite integrarse más en la celebración, vivir el festival de manera auténtica y llevarse un recuerdo cultural.
No me considero un experto, pero si me preguntas, tengo algunas recomendaciones. Para no ser parcial, aquí te dejo una lista completa para que armes tu propio recorrido. Esta es mi propuesta de ruta de varios días:
Esta ruta permite experimentar tanto lo masivo como lo íntimo: desde celebraciones públicas a gran escala hasta eventos comunitarios más cercanos y participativos.
Aomori (región sur/este de Nanbu):
Iwate (región norte y centro de Nanbu):
En los últimos años he explorado una variedad de festivales, desde el Kanto Matsuri en Akita hasta el Sansa Odori en Iwate, además de celebraciones más pequeñas en Iwate Town y Kuzumaki.
Este año, viviendo en Ichinohe, fui invitado a unirme al grupo Hongumi. Ayudé a construir carrozas, a arreglar flores y aprendí tanto ritmos de taiko como melodías de flauta. Como extranjero, encontrar mi lugar en el festival ha sido a la vez un reto y una recompensa.
Incluso cuando mi japonés se queda corto, siempre es bienvenida una mano extra o una voz más. Participar desde dentro me ha permitido entender el esfuerzo, la coordinación y los profundos lazos comunitarios que hacen posibles estos festivales.
Viniendo de Colombia, donde mi padre es de Pasto (hogar de la UNESCO-reconocida Fiesta de Blancos y Negros), siento una conexión natural. Tanto los festivales colombianos como los japoneses unen comunidades, celebran el patrimonio y fortalecen los lazos sociales entre generaciones.
En Ichinohe y pueblos cercanos, los festivales de otoño quizá no tengan pintura corporal ni tambores de samba, pero poseen su propia magia: carrozas artesanales, rituales centenarios y tambores taiko resonando entre montañas.
Los matsuri de Nanbu son como una biblioteca viviente de folclore. Cada carroza cuenta una historia, ya sea de dioses, espíritus o héroes legendarios. Estas narrativas, al igual que los mitos de otras culturas latinoamericanas, transmiten valores, preservan la historia y explican el mundo natural o sobrenatural.
Vivir estos mitos en primera persona, a través de la música, la danza y el arte visual, permite sentir la importancia cultural de cada elemento del festival.
Los festivales son más que entretenimiento: son archivos vivos de memoria, identidad y alegría colectiva. Los matsuri de Nanbu conectan a la gente con su herencia, su entorno y sus vecinos. Enseñan a los niños habilidades, historias y valores comunitarios. Permiten que los ancianos transmitan conocimiento. Y ofrecen a los forasteros como yo la oportunidad de presenciar y participar en tradiciones centenarias.
Para los locales, preparar y celebrar estos festivales constituye una parte esencial del año. Las comunidades invierten meses de esfuerzo en carrozas, canciones, danzas y logística. El resultado es una experiencia multisensorial que une pasado y presente, ser humano y naturaleza, individuo y comunidad.
Estos festivales importan porque conectan a las personas, preservan la cultura y generan alegría compartida. En Ichinohe, Kuji, Hachinohe y más allá, los festivales de otoño brindan una vívida e inolvidable mirada al espíritu del norte de Japón.