Hay algo mágico en los festivales en Japón. Como muchos habrán visto en películas o animes, los festivales aquí se sienten profundamente emocionales, llenos de energía, nostalgia y encanto. El Festival Fuji Shima en Ichinohe no fue la excepción.
Se realizó para celebrar el majestuoso árbol de glicinas (Fuji) de más de 100 años que es muy querido por la comunidad local de Ichinohe. El día estuvo lleno de danzas, presentaciones musicales y el llamativo aroma de la comida de festival flotando en el aire. Yo por mi parte, en el centro de todo, estuve compartiendo en una carpa, palabras, parte de mi cultura y mi historia.
Llegué alrededor de las 9:30 de la mañana para montar mi puesto, que compartía con Yamamoto-san (otro miembro del proyecto del que hago parte). El viento estuvo soplando un poco fuerte al comienzo complicando la instalacion de lo que teniamos pensado, pero al final trabajamos juntos para poner todo en orden y se logró.
Mi oferta fue una suave taza de té natural de flores. Este te en particular tiene un vibrante color azul que se torna a morado cuando se le agregan unas gotas de limón, que de hecho iguala perfectamente el color de las flores de Fuji que inspiraron el festival. Pero no era solo té lo que queria ofrecer, era tambien una invitación a frenar el paso, a conversar, y a conectar. La gente se acercaba, curiosa no solo por el té, sino también por las artesanías colombianas que había traído por sus texturas y colores que terminaron en conversaciones sobre cultura, tradición y la vida cotidiana al otro lado del mundo, especialmente porque Ichinohe también es conocido por sus artesanos y artesanías.
Terminé sirviendo unas 75 tazas de té durante todo el día, a veces apenas alcanzando a tener pequenas conversaciones por el ritmo en el que venian los visitantes pero afortunadamente, Yamamoto-san me echó una mano cuando estuvo mas atariado. ¡Arigatou gozaimasu!
Desde dentro de la carpa se podían escuchar los tambores tradicionales y los aplausos que venían de las presentaciones en el gimnasio de la escuela. Me hubiera gustado escaparme un rato a verlas, pero solo escucharlas ya era suficiente para recordarme cuánta vida hay aún en esta cultura. E igual, planeo en otra ocasión mostrarles más a detalle así que no os preocupeis.
De los momentos mas destacados del día fueron definitivamente cuando tuve la oportunidad de servirle a un grupo de estudiantes de primaria. Y por otro lado, haber hablado con Nanami Kawaguchi de Cassiopea FM la cual me hizo una breve entrevista en la radio (¡en japonés!). Me preguntó sobre el té, mi cultura y qué me trajo a Ichinohe. Ver a la gente probar el té en vivo y sentirse parte de la comounidad fue algo inolvidable.
Después del evento, di un paseo tranquilo para ver el árbol de glicinas en plena floración. Había oído historias sobre su belleza, pero nada me preparó para el aroma ni para la manera en que sus flores moradas colgaban como candelabros naturales. En Colombia, donde las flores florecen todo el año, a veces damos por sentada su belleza y naturalizamos el hecho de que siempre están ahí. Sin embargo, aquí he aprendido a valorar la magia efímera de las estaciones japonesas. Las flores florecen poco tiempo, pero son amadas con intensidad, y eso las hace aún más especiales.
Este día me recordó por qué vine aquí, no solo para trabajar, sino para conectar, aprender y compartir. Las personas con las que tuve contacto, todas aportaron algo único en mi y al festival. A cambio, ofrecí un pedacito de mi tierra y de mi corazón.
La primavera se va despidiendo mientras ya se va sintiendo el calor del verano. Y tengo mil cosas que me encantara mostrarles!